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miércoles, 13 de enero de 2016




Juan Herrera: "La soledad sin luz del cantante"

…“Ramayá es cigarrón..!”
“Ramayá es vironcha..!”
“Ramayá es cachón..!”
“Pa´jodelo, es culo de embustero..!”
“Es un pide diario y extorsionista..!”

Como éstas y un sin número de diatribas más impublicables, recibe a diario en su “oscuro” y lento caminar cuando sale de su casa familiar a la plaza central de Soledad, el popular “Ramayá”, remoquete designado por la opinión pública al cantar la popular canción de Afric Simone de los años 70, pero con un aire criollo y caribe propio de nuestra región.

Su verdadero nombre  es Juan Herrera Villanueva, otrora excelso cantante y percusionista de las famosas agrupaciones de la flauta de millo, el guache y la tambora, conocidas con los nombres de Cumbia moderna y Cumbia Soledeña, de los connotados músicos folkloristas “Pedro Beltrán y Efraín Mejía.

Juan “Ramayá” Herrera no es ajeno a la suerte que han tenido artistas de su misma condición y otros géneros musicales en el País, cuya constante es el olvido a la persona y morir en plena miseria, lo han antecedido en esto de la muerte en su realismo trágico, sus coterráneos, Armulio del Valle, el decimero Gabriel Segura Miranda, el creador de la Cumbia Soledeña Desiderio Barceló, Diofante Jiménez,  Ángel Cuesta,  y los “forasteros” del Distrito de Barranquilla como Adolfo Echeverría, Estercita Forero, etc 

Soledad de Colombia, tierra de grandes poetas, músicos y cantantes, como Gabriel Escorcia Gravini y su inmortal poesía “La miseria humana”, Francisco “Pacho” Galán el Rey del Merecumbé, Alcibíades acosta y su hijo Checo Acosta parece signada “a no tener una segunda oportunidad sobre la tierra”, ante los muchos desatinos políticos que la han condenado “a más de cien años de maldad y corrupción” desde el mismo momento que el libertador de cinco naciones llega enfermo y cansado de tantas intrigas y traiciones, decide aposentarse en la Mansión de Pedro Juan Visbal, un mes antes de morir en la Quinta de san Pedro Alejandrino, dejándonos como herencia condenatoria sus enfermedades de tuberculosis y sífilis, inoculadas por cada escupitajo lanzado desde la soledad de su hamaca a la sombra del gran campano que aún logra sobrevivir en la recuperada mansión.

Sin quererlo Bolívar nos condenó ante la persecución Santanderista a desconocer lo nuestro, y tiene razón mi querido “tenor caribeño” en afirmar tajantemente: “Desafortunadamente he caído en un pueblo donde no valoran a nadie…”, yo diría, “en un País sin memoria”, mi estimado folklorista.


(Ver vídeo: https://youtu.be/9bu709GSUT8)




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