VOZ URBANA
Una mirada a la ciudad de Soledad, en su parte Urbana, Ambiental y cultural...
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jueves, 26 de enero de 2023
martes, 24 de marzo de 2020
lunes, 7 de octubre de 2019
La ciudad de Dios
El ruido ensordecedor de las maquinarias utilizadas para la
demolición y arrastre de los escombros de las viviendas ubicadas en las dos
manzanas de la plaza central, más los golpes con las “monas o mazos” de
veinticinco kilos de peso, que los obreros de turno le propinaban a los
inmuebles declarados de utilidad pública en la plaza central de Soledad para su
ampliación, rompieron estruendosamente el silencio matinal de siempre y con
ello comenzaron a asomarse las miradas estupefactas por las ventanas de las
viviendas del entorno, incluyendo las del actual párroco de la Iglesia de San
Antonio de Padua que levitaba entre sueños. Antes habían visto el éxodo a
cuenta gotas de las familias propietarias de los inmuebles que tristemente salían,
dejando atrás los recuerdos de toda una vida de sabores dulces y amargos que
llevarán consigo hasta el final de sus días.
Los arranca pellejos como “cariñosamente” se les llama a los
asiduos visitantes del atrio de la Iglesia y algunos ciudadanos residentes del
sector de la plaza central de Soledad, notaron con profunda consternación el
destrozo de dos viviendas representativas en términos estéticos y eclécticos, como
son la Heladería Santa Elena y la Casa residencial de doña María Tirado, cuyos
espacios albergaron aspectos de vida social de sus ciudadanos y sus instantes
de felicidad, regocijo, desesperanza y encuentros de amores en secreto de
varias épocas vividas. Ambas viviendas hacían parte de las dos manzanas que
compró la Gobernación del Atlántico para ampliar el espacio público muy ínfimo
que presenta la ciudad, las cuales fueron desafectadas irregularmente por el
municipio, como ya lo he dicho reiteradas veces en medios de comunicación y demolidas
sin contemplación alguna. Lo que no entendían los civitas raizales y muchos de
nosotros, era la demolición de la vivienda del fallecido don Pedro Ucros
Barrios, vivienda que prestó el servicio de uso residencial a triviales y prestantes
familias de la municipalidad que, en primera instancia, fue la parte
administrativa en su momento del antiguo Teatro Olimpia y en la que funcionó
por mucho tiempo la heladería la Central, una zona de juegos al azar y
últimamente un estadero de venta de licores. La demolición de este inmueble que
no fue desafectado por la Secretaría de Planeación municipal, cuya protección y
salvaguardia la definen los decretos municipales 0336/2007 – 514/2016, se hizo
en el preciso momento en que se iniciaron las obras correspondientes a las dos
manzanas declaradas de utilidad pública, lo que causó confusión en términos
peyorativos, del alcance del proyecto que se viene ejecutando en la plaza
central, muchos de sus ciudadanos pensaron que la manzana donde se encuentra el
antiguo Teatro Olimpia, la antigua Biblioteca Melchor Caro y la vivienda de la
Familia Donado, las cuales hacen parte del listado de protección de los
decretos referenciados, también serían arrasada, a lo que el párroco de la iglesia en
forma angustiosa exclamo, según los comentarios de sus propios feligreses:
“elevemos plegarias al altísimo a través de una cadena de oración para la
protección de la parroquia, porque así como se vienen dando las cosas para la
ampliación de la plaza central en esta “ciudad de Dios” y del sagrado corazón, con
toda seguridad correremos y padeceremos la misma suerte de tan ignominiosa
acción depredadora…”
Nos siguen demoliendo la poca memoria histórica de la que nos
queda de la ciudad, los bárbaros del hacha y el garrote vuelven a cenar con los
escombros culturales de la sociedad soledense, han deglutido con mucha gula y sevicia
la primera Casa Liberal, las cantinas el Bufón y American Bar, la casa de la
Familia Ferrer, La casa de Palma de enea de la calle 15, La heladería Santa
Elena, la casa de María Tirado, en este momento corre la misma suerte la casa
de don Pedro Ucros Barrios y lo más probable es que otras ciento veinte más de
esos inmuebles protegidos, sean digeridos sino se le aprietan las riendas al
caballo desbocado de la presión inmobiliaria y la especulación del suelo. Esta
castración de la memoria urbana que sufre la ciudad por el aparente “desconocimiento
e indiferencia” del control urbano contemplado en la norma, ya sea por omisión
o acción de los agentes del orden de la policía nacional así como las
Secretarías de Gobierno y cultura, instituciones públicas que son las
responsables y competentes para evitar este tipo de acciones demoledoras que
cercenan los símbolos estéticos de la ciudad y lo más grave el papel de la
cultura como fundamento de nuestra nacionalidad colombiana como lo define la
Ley 1185 de 2008 que modificó el artículo 4° de la Ley 397 de 1997, en su
artículo primero: “El patrimonio cultural
de la nación está constituido por todos los bienes materiales, las
manifestaciones inmateriales, los productos y las representaciones de la
cultura que son expresión de la nacionalidad colombiana, tales como la lengua
castellana, las lenguas y dialectos de las comunidades indígenas, negras y
creoles, la tradición, el conocimiento ancestral, el paisaje cultural, las
costumbres y los hábitos, así como los bienes materiales de naturaleza mueble e
inmueble a los que se les atribuye, entre otros, especial interés histórico,
artístico, científico, estético o simbólico en ámbitos como el plástico,
arquitectónico, urbano, arqueológico, lingüístico, sonoro, musical,
audiovisual, fílmico, testimonial, documental, literario, bibliográfico,
museológico o antropológico.”
Por lo anterior el patrimonio como monumentalidad
arquitectónica dejó de ser el concepto rector para la preservación y protección
de los inmuebles en cuestión, ella -osea la Ley- fortalece el concepto
filosófico del italiano Nuccio Urdine en lo que concierne a la “utilidad de lo
supuestamente inútil” de nuestros símbolos patrimoniales. Por eso no es valido
la responsabilidad única que recae sobre los curadores urbanos de la ciudad en
esta toma de decisiones al entregar una licencia que implica la demolición del
inmueble protegido bajo la égida de una Ley nacional, una Ordenanza
departamental o un decreto municipal que poseen en forma clara la presunción de
legalidad, son corresponsables de la falta, eso sí, igualmente el Alcalde y sus
unidades de control urbano al mando de
él, que no ejercen la auditoría a la licencia expedida para así utilizar el
poder que le otorga la ley en su revocación total en caso de que exista una
transgresión a la norma vigente. Ante tanto urbanicidio al patrimonio cultural de
la ciudad cabe preguntarnos:
¿por qué tanto desprecio y agresividad con Soledad en lo
referente a su legado histórico y cultural?
Muchas respuestas quedarán pendientes en el tintero, pero ya
es hora de la resistencia y de que nos pellizquemos ante tanto salvajismo
urbano que nos destroza la ciudad, o nos veremos condenados a no mirar en
lontananza el resurgimiento del alma de una ciudad, lapidada y tendida bajo el
sol en los pretiles del olvido.
Vade retro…
viernes, 19 de julio de 2019
martes, 2 de julio de 2019
¿Gobernador o depredador?
El gobernador del Atlántico Eduardo Verano De La Rosa, pasó
de ser la cándida eréndida en el Distrito de Barranquilla al abuelo desalmado
en el municipio de Soledad, a diferencia de la novela del nobel de la literatura
colombiana, Soledad nunca incendió en términos peyorativos, el recinto
administrativo de la gobernación del Atlántico ni los sueños de su mentor, todo
por el contrario, ha soportado las cargas que se le han impuesto en sus
proyectos de atención a la ciudad sin consultarla y en ese sentido hemos sido
estoicos a causa de los “supuestos favores” recibidos, que nos lo cobran a
punta de garrote y zanahoria, en las diversas decisiones políticas fomentadas
por los barones y las castas familiares que han libado el poder en forma
continua y hereditaria.
Tanto en Barranquilla como en Soledad, se están demoliendo y recuperando
las plazas públicas más representativas de sus territorios, actuaciones urbanísticas
que se derivan del plan de desarrollo departamental en curso con relación al
incremento del espacio público en los diversos municipios, ambas plazas dentro
de sus polígonos albergan bienes de interés cultural arquitectónicos que son de
protección distrital y municipal, y por casualidad del destino, que el universo
siempre interpone, las condiciones de preservación y conservación en cuanto a
su renovación urbana, no fueron las mismas, el poder de destrucción por vía
gobernativa departamental, no fue magnánimo con Soledad pero sí benévola con
Barranquilla, el autoritarismo anacrónico en la decisión ejecutada deja mucho
que pensar, cuando el supuesto de gobierno de las intervenciones del ente
departamental en un territorio deben ser en derecho, que es fundamental para la
convivencia de las ciudades, se aferró a un criterio formal de segregación
urbana por el supuesto beneficio de recuperar la plaza a costa de los inmuebles
que se demolieron para siempre, que en el presente imperfecto, solo serán testigos
inmateriales de nuestra historia fragmentada y aún en construcción, que recogerá
nuestra oralidad ciudadana y las fotografías de turno que se conserven por
In saecula saeculorum.
En Barranquilla el accionar de los golpes en la demolición de
la ampliación de la plaza de la paz no fue depredador, fue una copulación
amorosa entre dos amantes que siembran la vida en modo de agitación calurosa,
sin olvidar su pasado, para garantizar un dialogo permanente con el futuro de
sus generaciones. Y como resultado de esa unión para engendrar la vida, el BIC
protegido (la famosa casa de estilo republicano de la esquina ubicada en la
carrera 45 con calle 50 pertenecientes a la familia Italiana Casinchi) sigue en pie, es decir, se atendieron con
mucho respeto lo legal en la inclusión del BIC referenciado a el diseño de la
plaza de la paz que cumple con lo normatizado en la Ley, que jerarquiza este
proceder, como uno de los elementos de los sistemas estructurantes en un modelo
de ordenamiento territorial moderno. ¿Por qué en Soledad ese proceder fue
distinto?
Estas dos nuevas puñaladas al corazón de la ciudad de las
muchas recibidas por raizales y foráneos en la construcción permanente de
nuestro municipio, aumentan aún más los estertores de la muerte como ciudad segregada
y violentada, nos destrozan paulatinamente nuestra herencia cultural material,
que si bien es cierto sus valores arquitectónicos no tienen esa dimensión
monumental que refleja nuestro vecino distrital en sus BIC, pero que en nuestra
ciudad, no dejan de responder a un gusto por el eclecticismo de formas
arquitectónicas adoptadas en las fachadas de sus viviendas, dignas de conservar
para nuestra historia que no es del todo reciente, pero que no podemos dejar de
hilar sus contenidos y menos permitir la destrucción de sus eslabones de vida,
que guardan nuestras vivencias citadinas como sociedad emergente y son prenda
de garantías para enfrentarnos a la anomia urbana presente y no desaparecer.
Las estatuas de cobres
verdosas del libertador Simón Bolívar y la de los músicos Francisco “Pacho” Galán y Rafael Campo
Miranda, ilustres ciudadanos raizales del municipio de Soledad, “miraban”
estupefactos la atrocidad urbana acometida por el equipo de contratistas de la
Gobernación del Atlántico, para emprender la demolición de la viviendas
enmarcadas dentro de las manzanas adquiridas, se borraban de un tajo más de
cien años de historia cultural del municipio, dos de sus viviendas además de
muchas otras demolidas (Heladería Santa Elena y la casa de la familia Ucros
tirado) protegidas bajo la norma y
desafectadas irregularmente, caían a pedazos por el golpe absurdo y continuo de
las “monas” de hierro que con un peso superior a los treinta kilos,
pulverizaban el alma de la ciudad que muere lentamente en medio de la desidia y
la corrupción.
Casa familiar Ucros Tirado antes de la demolición
Casa Ucros Tirado después de la demolición, al fondo en espera de su turno la Casa Santa Elena
Una historia centenaria decapitada
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